Resumo | «No me pidas el olvido padre/que mis heridas aun no cierran/Sobre mi cuerpo puedes mirar los hilos/con que intento juntar la piel abierta(…)No dejan de sonar en mis oídos/los ayes salidos de la boca de mis hermanas/No me pidas que perdone padre/pues las cicatrices son memoria.»
Enseñar las cicatrices de los cuerpos de las mujeres y desde ellas cantar la memoria silenciada de su pueblo dolorido, tal es el propósito de la poetiza zapoteca Irma Pineda en el poemario La flor que se llevó (2013). Alternando fotografías y poemas bilingues en zapoteco y en español, vuelve sobre las violencias que sufrieron los indígenas mexicanos y sobre todo las mujeres por las expropiaciones del gobierno y desde la conquista.
El cuerpo de la mujer está en el centro del texto a partir de la evidencia de la herida de la violación, que aparece desde el título: estos versos ponen de relieve la relación entre las heridas del cuerpo del yo lírico y su voz, que nace de ellas y renace en el poema. La voz lírica presenta su propio cuerpo, lo enseña al lector que se vuelve espectador de la fragmentación de «la piel abierta» y de su intento de recomposición. Estudiaremos la representación de los cuerpos colonizados a partir de esta imagen de la herida, como lugar de la enunciación de la memoria desde lo cual se plantean las posibilidades de la reconstrucción de una comunidad.
Si la imagen de la cicatriz supone una recomposición, es sólo parcial y deja una marca visible. No se puede curar en base al «olvido», afirma la voz poética. Para cicatrizar y emanciparse de la dominación, se trata de recordar la violencia y de enseñarla, como parte de la memoria de su pueblo. De la voz individual a la herida colectiva, «los ayes salidos de la boca de mis hermanas» resuenan dentro del poemario que se hace canto polifónico mientras que las fotografías completan las imágenes poéticas. ¿De qué manera, a partir de la herida, la intermedialidad intenta reconstruir una voz comunitaria?
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